Cuando la niñez se aleja.

Siempre pensé que los días tristes, eran lluviosos o grises, pero supongo que cuando eres pequeño, siempre crees que lo oscuro es lo malo, y la luz todo lo bueno, pero como todo en el mundo llega un día en que tienes que crecer y no es siempre de la manera mas dulce.Aquella mañana brillaba el sol en todo su esplendor, se acercaba el verano y sus rayos hacían que me adormilara en mi pupitre, sobretodo con la lección de historia. Notaba como de vez en cuando Robbie me daba un leve codazo, para recordarme donde estaba, yo sonreía levemente y seguía acurrucado en mi sitio, haciéndome el dormido, sabiendo perfectamente que èl me cubriría en cualquier momento.
Sin ningún miramiento, la puerta se abrió de golpe, sacándome totalmente de mi ensoñación, era el director del centro, hombre bastante robusto, y media calva, su mirada recorrió la clase, hasta de tenerse justamente en nosotros para decir;

- Nezumi, acompáñame por favor.– Me levante, a un sorprendido, mire levemente a Robbie que me incriminaba con la mirada.

-Seguro que te has metido en algún lio – Me dijo mientras me alejaba, y veía como se le hinchaban los mofletes en modo de protesta.

Mientras seguía, al corpulento hombre, le notaba bastante nervioso y aun no parecía encontrar las palabras adecuadas para empezar hablar, cuando empezó solo tartamudeaba, y me di cuenta de que el camino que llevábamos no era a su despacho, si no el de la puerta de salida, me extraño bastante, pero bastante era que el pobre estuviera intentando hablar, como para preguntarle algo.Fuera me esperaba un taxis y cuando me quise dar cuenta, estaba subido a el con mi padre dentro, le mire ya un poco mosca y un tanto molesto, si me lo hubieran dicho, habría recogido mis cosas, pero me di cuenta de que mi padre tenia la cara totalmente desencajada, y fue entonces cuando un frio helado empezó a recorrerme el cuerpo, había algo que me impedía preguntar y cuando baje del coche lo tuve claro, demasiado claro, la entrada del hospital era fría y extraña comparada con los flamantes rayos de sol, y allí de pie imponente el edificio me decía, que cuando saliera no volvería a ser el mismo.

Andar por los pasillos, con el miedo de algo ya certero en mi corazón, casi era un suplicio interminable, cuando aquella puerta se abrió, la mitad de mi niñez se escapo en un suspiro, sobre cama tendida medio inconsciente por los medicamentos se encontraba mi madre, llena de tubos y vendas, note como me ardían los ojos, pero tenia que ser fuerte, mi padre hacia rato que había soltado las lagrimas, nada mas hablar con el medico, así que sabia que tenia poco tiempo, me acerque a ella e intente poner mi mejor sonrisa.

- Mama. – Le cogí la mano, lo más dulcemente posible.Ella me miro, aun en ese estado, me pareció hermosa, note que también ponía su mejor sonrisa,y aun me pareció más bella, con voz baja y angustiada, pudo decirme.

- Cuida de ellos Mic, tú puedes. – Sus ojos se cerraron, por ultima vez, y de los míos comenzaron a surgir las lagrimas, que hasta ahora había estado ocultando, bese la mano aun caliente de mi madre y me arrepentí de no haberla querido mas de lo que ella se merecía, sus dulces besos y cálidos abrazos hoy se desvanecerían por completo, como los sueños de mi niñez.

La amargura del recuerdo.

Volvió a mirar, los deberes que tenia frente a él, hacia más de una hora que los había terminado, pero aun debía aparentar un poco mas, no quería que su hermano descubriera su secreto. Realmente tener mas capacidad intelectual no lo había hecho mas feliz, pocas cosas le habían hecho feliz, pero hubo una que siempre echaba de menos, y sabia que nunca podría recuperar, su mente comenzó a divagar, por el pasado recordando, una larga caballera, de un negro azabache increíble, brillante perfecto, unos hermosos ojos verdes, que al mirarte podías verte reflejado, y una sonrisa que hacia que se le acelerara el corazón siempre que la veía, sus labios pronunciaron su nombre casi sin darse cuenta, tan solo un susurro, pero dulce y amargo en el mismo momento.
- Desiré. - Se tapo los ojos con lo mano, conteniendo unas lágrimas, que creía ya olvidadas.
El primer amor, debería ser siempre dulce y aun así para Robbie el final fue casi una tragedia, que no supo ver venir y mucho menos dominar como es debido.
El día que se le declaro, creyó que se le iba a salir el corazón, esperando su respuesta, pero cuando le sonrió diciendo el si mas dulce que jamás había escuchado, creyó que era el día mas feliz de toda su existencia, o al menos eso pensaba, porque los tres meses siguientes, aun fueron mejores, mucho mejores, volvió a susurrar.
Nunca pudo entender, las envidias, que causo su novia en el resto de compañeras de instituto, el porque de tantos insultos, encerronas y trampas, a todas horas, aunque realmente, de esto el nunca se dio cuenta de nada, estaba tan encerrado en su mundo de felicidad, que jamás se dio cuenta de lo mal que lo estaba pasando la persona que amaba, realmente era despreciable.
Ella llego un día, silenciosa, fría, su sonrisa había sido anulada totalmente, por fin entre sollozos, pudo contarle todo lo que había estado ocultando, a él se le heló la sangre, y de su garganta no conseguía articular expresión alguna, su cuerpo ahora rígido como la escarcha de un viejo coche abandonado, en una noche de invierno, no podía, no, no quería, ni siquiera rozarla, al pensar que con un fino suspiro de su aliento Desiré podría odiarlo aun mas, ella entre un sinfín de lágrimas, y una voz rota por el dolor, le dijo que no podía continuar, era demasiado difícil, continuar a su lado.
Cerró el libro y se acercó a la ventana, miro atreves de ella con la mirada perdida aun en el pasado.
Estaba claro, aquel día termino su relación y al mes siguiente ella se cambio de instituto, sin ninguna palabra, sin decir adiós. Nunca se había dado cuenta de nada, no fue lo suficiente mente fuerte, para protegerla, para hacerla feliz, para que aquella sonrisa nunca dejara de ser para él. Desde aquel día decidió que no habría ninguna otra, no valía un día de sonrisas, por miles de lágrimas.